miércoles, 26 de agosto de 2009

La Poza de la Sirena

“Yo tuve la suerte de conversar en esa época muy niño todavía con un señor que tenía cerca de noventa años que se llamaba don Amador Mazuelos y él nos aseguraba una leyenda que había sucedido en Ilo. En esa época Ilo era una caleta, un caserío se puede decir, porque era un grupo muy pequeño; las casas estaban diseminadas, casi aisladas en ciertos sitios del puerto. Así que esa gente, en esa época, solamente se conocía la manera más rústica de cocinar que era a leña… Entonces la materia prima era la leña y había gente que vivía de ese trabajo. Y se trata cabalmente de uno de estos señores que en una época en que se fue al valle a traer su materia prima para las cocinas, se entretuvo en el valle comiendo fruta, porque era temporada de frutas y, cuando acordó, ya el tiempo se le había vencido. Comenzó a recolectar la leña, formó su atado y se lo puso a la espalda y este señor comenzó a caminar por rutina por el mismo sitio que era el camino del puerto al valle, por la orilla del mar hasta la Boca del Río. Así que cuando estaba pasando por un trecho muy pegado al mar, siente una voz de una mujer que estaba tarareando, una voz muy bonita. Pero el agarró y pensó: “!Caray! esta mujer a dónde viene a cantar en este desierto” Pero después se quedó parado y sorprendido porque recapacitó y resulta que él se orienta bien y ve que la voz salía del mar. “¿Cómo –dijo- una mujer bañándose a estas horas de la noche?” Y esa era una noche oscura, no había luna. Así que a las justas, dejo tirado la leña en el suelo, se sentó sobre el atado y se puso a escudriñar el mar.
Y en el mar había un mochito y allí se veía un bulto que se movía, pero él decía que era un lobo; pero sentía que desde allí salí una voz que era de una mujer que gritaba, que cantaba, que entonaba algo. Pero de repente vio con sorpresa que siente un chapuzón y ve en la espuma blanca que con velocidad salía en su dirección, una raya blanca que se dirigía hacia él. Cuando de repente ve que sale del agua una mujer. El no se dio cuenta de la cola ni nada y recién supo más tarde que era una sirena. El problema era de comunicarse hasta que se comunicaron con mímica y al fin se comprendieron. Entonces ella le decía “¿Qué haces acá?” Y él le señalaba la leña y así.
Luego de una larga conversación, resulta que se despiden pero la sirena le dice que ponga las manos juntas que le iba a dar algo. Entonces mete la sirena debajo del agua las manos y comienza a llenarle las manos con lo que del fondo sacaba y el se lo mete al bolsillo. Luego se despiden y recién cuando se da la vuelta, se da cuenta el leñador recién que la mujer tenia una cola de pescado. Cuando la sirena desapareció, él se sentó un rato sobre la leña, pensativo y se dijo “Esto no lo puedo contar en el puerto, porque si lo cuenta me van a decir que estoy loco, que estoy chiflado; nadie me va a creer porque no hay otra persona que lo haya visto”. Entonces se quedó calladito.
Llegó al puerto y comenzó a repartir la leña; cada persona necesitaba dos palitos para cocinar. Termina su venta y entonces se queda pensativo y va y se acerca a un bar; en ese tiempo los bares solo vendían vino. Cuando lo terminó, metió la mano al bolsillo, sacó la plata que había acumulado, pero sintió unas cosas raras; saca la mano con esas cosas raras y lo primero que hace es sacar la plata para pagar y empezó a examinar unas cosas raras como una bolitas de fierro, pero brillante, medio blanquizcas. Como los del costado conocían de esto, dijeron “!Perlas!” El leñador metió la mano al bolsillo, pagó y se fue asustado pensado en las perlas.
Pero dicen que “en pueblo chico infierno grande”; voló la noticia y todo el mundo se enteró, hasta las autoridades de esa época. Ellas se reunieron y se informaron de quién tenía las perlas, que era un pobre diablo que vivía de la leña, que cómo puede tener perlas, que de dónde las habrá sacado, que seguro las habrá robado… y especularon muchas cosas, incluso que había encontrado un banco de perlas. “!Vamos a ser ricos¡” dijeron entonces y decidieron chapar al leñador. Luego de hacerlo le quitaron las perlas y le dijeron que confiese de donde las había sacado. El se mantuvo en silencio porque tenía miedo de decir la verdad, hasta que decidió contarlo todo pero a condición de que le crean: “Me las dio una sirena” les dijo. No bien dijo esto lo castigaron. Le echaron agua, lo colgaron y le pegaron, lo que le mortificó mucho; pero como insistía en su versión, unote sus captores propuso que hiciera lo mismo para demostrar que decía la verdad. Así que lo enviaron al mismo sitio custodiado por soldados sin mayor fortuna por espacio de quince o veinte veces, recibiendo castigos por mentiroso. Uno de ellos le dijo “¿Por qué no te concentras y así puedas transmitirle a la sirena para que venga?” Así que el leñador se concentraba y llamaba a la sirena, hasta que en una noche sin luna salió nuevamente hacia el lugar seguido de cerca por sus captores. Se puso frente al mar y de repente, igual que en la primera vez, escuchó el canto de la sirena y su figura sobre la roca en medio del mar. “!¿La sienten?! ¡¿La sienten?!” empezó a gritar. Tiro la leña al suelo y la llamaba a gritos “!Ven sirena! ¡Ven sirena!” Sintió el chapuzón, vio la espuma del mar y la raya blanca que se le acercaba.
Al preguntarle qué pasaba, el leñador le comentó que desde el día que la había visto, en vez de ser una alegría había sido una desgracia porque había sufrido mucho y le contó lo sucedido. Entonces el leñador se agarró las puntas de la camisa formando una bolsa y le dijo “Dame perlas, dame perlas” La sirena le entendió el mensaje y le lleno la camisa con lo que pedía; luego de lo cual llamó a las autoridades para que vean lo que tenía. Al llegar al sitio algunos lograron ver algo de la sirena y al dar su chapuzón pudieron verla por completo perdiéndose en el mar. la gente curiosa fue a ver lo que le había entregado al leñador y éste soltó su camisa y las perlas se fueron al suelo, luego de lo cual todos se arrodillaron para poder agarrar algo de ella, mientras el leñador desapareció por completo del lugar en el momento de la confusión.
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[1] El relato corresponde a Percy Baca (“Pirringo”)